La
barrendera de la plaza Bolívar recorre el perímetro cuadricular con su escoba. Con
un movimiento rítmico y repetitivo ensaya la melancolía de su juventud. Luego,
arrastra la bolsa negra y continúa con la danza límpida. La barrendera de la
plaza insiste en el ejercicio hacendoso mientras los transeúntes arrastran sus
pasos monótonos y saludan la estatua ecuestre del Libertador. Las fuentes se
activan, resuenan las campanas de la catedral y yo observo a la barrendera alejarse
cada vez más. Al fondo sólo se oye el bullicio de una tarde caraqueña
cualquiera.