“…En
el caos se inicia el perfeccionamiento del orden.”
Carlos Monsiváis
La procesión de los que a diario
padecemos la ciudad de Caracas nos hace acreedores de una serie de recursos que
permiten ficcionalizarla. Una capital convulsionada e insegura, donde lo
público se mezcla con lo privado y viceversa, una realidad que poco a poco
(des)figura el rostro de nuestros compañeros de viaje anónimos. Caras vemos
corazones no sabemos, reza el dicho popular. Y es que una ciudad en medio del
caos del tráfico y frenético alborozo, por decirlo de una manera edulcorada,
dispersa las sensibilidades disminuyendo las posibilidades de socialización
efectivas. Por todo lo anterior, acudo al cine. Il cinema se ha constituido por antonomasia en el medio por el cual
padezco la urbanidad caraqueña que me ha tocado vivir.
El
año pasado fui a ver el film Último
cuerpo, dirigido por Carlos Daniel Malavé. Sin entrar en una crítica que
aborde precisiones cinematográficas, podría decir que se nota la madurez de este director que ha incursionado anteriormente con otro par de entregas: Por un polvo y Las caras del diablo. Sin embargo, en esta nueva película
identifico elementos que buscan limar asperezas con el imaginario delictivo
acostumbrado en el cine de producción nacional. De manera satisfactoria, Malavé
rompe con la tradición del cine venezolano que intentaba reflejar, a través del
estereotipo del criminal, las problemáticas que laceraban a los sectores más
oprimidos y depauperados de la realidad económica, así como otras desigualdades
producidas por la deficiencia de un modelo de desarrollo frustrado. Era otra
Venezuela, dirán algunos. Otros extrañarán al delincuente vejado por el sistema
judicial, cuyos derechos han sido ultrajados por el maltrato escandaloso de los
organismos de seguridad del Estado.
Ni
lo uno ni lo otro, Malavé sólo desea hacer cine. Reivindica la violencia pero
en lo que tiene de artístico, quiero decir, estético. No pretendo oponer la
producción cinematográfica anterior sobre la realidad criminal venezolana con este film, los trabajos de Román Chalbaud, Carlos Azpúrua y Jorge Novoa, entre
otros, tienen especificidad distinta e igual de loables. Sin embargo, noto en
Malavé una satisfacción por narrar el crimen, la sordidez del homicidio y sus
implicaciones con las redes del poder político más como un esteta que como un
censor.
Si
Carlos Monsiváis hubiera visto Último
Cuerpo le hubiera encantado el rescate de la crónica roja y su inserción en
la gran pantalla. Ciertamente, el crimen es una realidad cotidiana en las
principales ciudades del país: los cierres de las calles, la construcciones de
cercados eléctricos, el éxito de las aseguradoras, la conformación de empresas
que brindan servicios de seguridad a edificios de apartamentos, oficinas,
urbanizaciones y demás conjuntos residenciales, son prueba fehaciente de un
recogimiento en cotos privados a fin de tener acceso a lugares seguros, lejos
del riesgo que produce un hampa cada vez más amenazante. Lejos está la Caracas
de mi abuelo, quien vivió en La Pastora por muchos años y me enseñó desde niño
a apreciar las esquinas del centro y los nombres de las avenidas, todo ello
quedó atrás, en algún lugar recóndito de la memoria individual y colectiva. Si
Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo
seguramente diría que el cine venezolano está madurando, utiliza el color
local, así sea del crimen, para configurar un espacio simbólico donde podemos
imaginar(nos) como pueblo. Si Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo también diría que el cine, junto a los demás medios
de comunicación masivos, es un hilván que luego los espectadores van uniendo y,
retazo a retazo, elaboran un vestido que sirve para cubrir la desnudez que
padecemos, las vestimentas que la política hasta ahora no ha podido confeccionar.
Si Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo
escribiría algo mejor que esto, pero él no la vio y yo sí.
No
conozco la región zuliana, tampoco leí las crónicas de Heberto Camargo. Jamás
he sido devoto de La Chinita, ni de ninguna advocación mariana. Nunca vi salir
dos palomitas volando de Maracaibo, y detesto la gaita. Lo único que sé de los
maracuchos es que poseen un acento característico, un clima muy húmedo, un
exgobernador-exalcalde-excandidato presidencial que afirma estar exiliado en
Lima, no en Perú, comen plátano en sustitución del pan de trigo y, entre otras
cosas, nos dieron a Lila Morillo como embajadora de su cultura… Mentira,
también conozco a Maracaibo a través de la mirada de Carlos Malavé y el film Último Cuerpo. Salud, y sigamos apoyando
el cine de calidad hecho en casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario