miércoles, 9 de mayo de 2012

Si Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo


            “…En el caos se inicia el perfeccionamiento del orden.”
Carlos Monsiváis

La procesión de los que a diario padecemos la ciudad de Caracas nos hace acreedores de una serie de recursos que permiten ficcionalizarla. Una capital convulsionada e insegura, donde lo público se mezcla con lo privado y viceversa, una realidad que poco a poco (des)figura el rostro de nuestros compañeros de viaje anónimos. Caras vemos corazones no sabemos, reza el dicho popular. Y es que una ciudad en medio del caos del tráfico y frenético alborozo, por decirlo de una manera edulcorada, dispersa las sensibilidades disminuyendo las posibilidades de socialización efectivas. Por todo lo anterior, acudo al cine. Il cinema se ha constituido por antonomasia en el medio por el cual padezco la urbanidad caraqueña que me ha tocado vivir. 

            El año pasado fui a ver el film Último cuerpo, dirigido por Carlos Daniel Malavé. Sin entrar en una crítica que aborde precisiones cinematográficas, podría decir que se nota la madurez de este director que ha incursionado anteriormente con otro par de entregas: Por un polvo y Las caras del diablo. Sin embargo, en esta nueva película identifico elementos que buscan limar asperezas con el imaginario delictivo acostumbrado en el cine de producción nacional. De manera satisfactoria, Malavé rompe con la tradición del cine venezolano que intentaba reflejar, a través del estereotipo del criminal, las problemáticas que laceraban a los sectores más oprimidos y depauperados de la realidad económica, así como otras desigualdades producidas por la deficiencia de un modelo de desarrollo frustrado. Era otra Venezuela, dirán algunos. Otros extrañarán al delincuente vejado por el sistema judicial, cuyos derechos han sido ultrajados por el maltrato escandaloso de los organismos de seguridad del Estado. 

            Ni lo uno ni lo otro, Malavé sólo desea hacer cine. Reivindica la violencia pero en lo que tiene de artístico, quiero decir, estético. No pretendo oponer la producción cinematográfica anterior sobre la realidad criminal venezolana con este film, los trabajos de Román Chalbaud, Carlos Azpúrua y Jorge Novoa, entre otros, tienen especificidad distinta e igual de loables. Sin embargo, noto en Malavé una satisfacción por narrar el crimen, la sordidez del homicidio y sus implicaciones con las redes del poder político más como un esteta que como un censor. 

            Si Carlos Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo le hubiera encantado el rescate de la crónica roja y su inserción en la gran pantalla. Ciertamente, el crimen es una realidad cotidiana en las principales ciudades del país: los cierres de las calles, la construcciones de cercados eléctricos, el éxito de las aseguradoras, la conformación de empresas que brindan servicios de seguridad a edificios de apartamentos, oficinas, urbanizaciones y demás conjuntos residenciales, son prueba fehaciente de un recogimiento en cotos privados a fin de tener acceso a lugares seguros, lejos del riesgo que produce un hampa cada vez más amenazante. Lejos está la Caracas de mi abuelo, quien vivió en La Pastora por muchos años y me enseñó desde niño a apreciar las esquinas del centro y los nombres de las avenidas, todo ello quedó atrás, en algún lugar recóndito de la memoria individual y colectiva. Si Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo seguramente diría que el cine venezolano está madurando, utiliza el color local, así sea del crimen, para configurar un espacio simbólico donde podemos imaginar(nos) como pueblo. Si Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo también diría que el cine, junto a los demás medios de comunicación masivos, es un hilván que luego los espectadores van uniendo y, retazo a retazo, elaboran un vestido que sirve para cubrir la desnudez que padecemos, las vestimentas que la política hasta ahora no ha podido confeccionar. Si Monsiváis hubiera visto Último Cuerpo escribiría algo mejor que esto, pero él no la vio y yo sí.

            No conozco la región zuliana, tampoco leí las crónicas de Heberto Camargo. Jamás he sido devoto de La Chinita, ni de ninguna advocación mariana. Nunca vi salir dos palomitas volando de Maracaibo, y detesto la gaita. Lo único que sé de los maracuchos es que poseen un acento característico, un clima muy húmedo, un exgobernador-exalcalde-excandidato presidencial que afirma estar exiliado en Lima, no en Perú, comen plátano en sustitución del pan de trigo y, entre otras cosas, nos dieron a Lila Morillo como embajadora de su cultura… Mentira, también conozco a Maracaibo a través de la mirada de Carlos Malavé y el film Último Cuerpo. Salud, y sigamos apoyando el cine de calidad hecho en casa.
           

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