La
música tiene la ventaja de ser un arte efímero pero perdurable, activa todos
nuestros sentidos y permite reconocer en una letra o melodía algún recuerdo
presumiblemente perdido. La música también tiene de oblicuidad, de sentimientos
encontrados y antiguas pasiones, de inteligencias y saberes múltiples pero,
sobre todo, de identidades generacionales e ideológicas, sensaciones iterativas
que interpelan el hoy, rememoran el ayer y ensombrecen el porvenir.
¿Será verdad que todo tiempo pasado
fue mejor? Desde el punto de vista generacional todos defienden una parcela.
Digo que las generaciones son distintas, pero las incertidumbres son repartidas
por igual. En mi época de estudiante en la Universidad Central de Venezuela
(UCV) tuve la oportunidad de incorporar un sinfín de elementos que hoy
conforman mi visión del mundo. En ese breve espacio y pequeña geografía
hice amigos que aún conservo. Amigos que las experiencias, las proyecciones y
los gustos en común fueron construyendo una suerte de columna que el afecto
rellenó hasta edificar lo que no comprendía en ese entonces pero hoy sé que se
llama hermandad.
Así
como decimos que hay personas que llegan para quedarse también ocurre lo mismo
con la música. En un viaje reciente decidí incorporar a mi dispositivo musical
un disco que, particularmente, aprecio mucho, se trata de Días y Flores (1975) de Silvio Rodríguez. Jamás pensé que a uno de
mis compañeros de viaje las melodías de aquel trovador lo hicieran recordar
tanto. Me dijo que aquella música le parecía una ensoñación, una época donde la
gente creía, luchaba y defendía con encono ideales políticos, cuasi-religiosos,
con ingenuidad; era una época donde todo parecía posible. Por un instante pude
comprender que yo también tengo cantantes que, de vez en cuando, insuflan el
espíritu y siempre recurro a ellos para subir a cuestas inexpugnables de
inspiración.
Ahora
bien, la pereza de la contemporaneidad impide que las nuevas generaciones
apenas vislumbren el significado de aquellas líricas de combate, denuncia y
búsqueda insaciable de justicia e igualdad. Distintas épocas, ergo, distintas
formas de odiar. Llegué a Silvio en algún momento que ya no recuerdo con
precisión, supongo que un referente obligatorio de la Facultad de Humanidades y
Educación. Había oído la canción del Unicornio,
y pensaba: “¿Cuándo va a aparecer el jodido unicornio? ¡Coño, qué angustia!”
Sin embargo, no fue sino hasta la adquisición del disco mencionado que pude
apreciar a Silvio, poco a poco aquella melodía me iba envolviendo e invitaba a
estar triste, a mí que no entiendo de esas cosas. Había adquirido un disco para
siempre, un disco “clásico” que había perdido su aura, pienso ahora en mis
reflexiones benjaminianas.
En
este sentido considero que muchos de mis coetáneos, adeptos a la justicia y
enfebrecidos por imponer emancipaciones, recurren a Silvio para imaginar el
triunfo de la izquierda latinoamericana, para otorgar sentido o algún vestigio
de luchas más reales y menos mediáticas. Están ansiosos de saber a qué olían
las protestas estudiantiles de los sesenta y setenta, qué sentían los hombres
que empuñaban fusiles en las selvas, sufrían exilios, persecuciones, torturas y
hasta encontraban la muerte por la defensa de sus ideales. A mí también me
gusta pensar en esa izquierda, me emociona invocar los furores retenidos en el
tiempo y, como estudioso de la historia, fantaseo e indigno por una masacre de
Tlatelolco, Playa Girón, el golpe a Allende o los desaparecidos en Argentina.
El punto es que todo eso forma parte de una narrativa despojada de su fuerza
política y los que enuncian aquellos acontecimientos lo hacen desde la
devoción, desde la puerilidad de aquel que consume y paga con una moneda
desgastada. Nunca América Latina ha necesitado de la teoría y el análisis
crítico tanto como ahora. Los cultos, intuiciones y demás elevaciones místicas
no aportan soluciones, tenemos un santoral de héroes que no hacen milagros. La
nostalgia también es una de las tantas ficciones latinoamericanas.
Sigo
escuchando el disco de Silvio, estoy seguro que no llegaré a comprender el
sentido de la mayoría de las piezas que lo componen, aun así no dejo de
apreciar la belleza de sus letras y la melodía que me envuelven. Sigo
escuchando a Silvio a pesar de su apoyo a Fidel Castro y la desidia en que
devino la Revolución. Sigo escuchando a Silvio aunque no lo adore ni exalte
pero tomo en cuenta como parte de mi formación intelectual y estética. Sigo
escuchando a Silvio aunque ya no le cante a Santiago.
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