domingo, 26 de mayo de 2013

Ausencia (semblanza en torno a la desaparición de Cesária Évora)

Na nha sonho mieforte
Um tem bo protecao
Um te so bo carinho
E bo sorriso
1


Tu rostro evoca mucha saudade
      Los recuerdos surgen en la mente por alguna lógica inconsciente, quizás un aspecto del presente inmediato active la necesidad de recuperar una sensación placentera ya difusa, perdida en el espesor de tanta información registrada en tres décadas de existencia. Si el presente se alimenta de un deseo imposible de ser saciado, el pasado adquiere estímulo de tecnologías que fungen como apéndice de la memoria, son esos artefactos culturales que contribuyen a editar el pesado fardo mnemotécnico. Uno de esos dispositivos es la música. La música es uno de los elementos que activa mis ansias por la remembranza, por el placer de recuperar los momentos de felicidad ya idos; incluso los episodios más tristes. No se trata de caer en el lugar común que afirma la relación entre la vida y una canción. No. Definitivamente, no me refiero a ese gesto novelero. 
      Hay tanta música en mi mente. Sin embargo, siento una profunda nostalgia por las canciones de Cesária Évora. Nunca serán suficientes las palabras que describan su voz. Llegué a su música por uno de esos azares e inmediatamente supe que debía seguir oyéndola. Ya no recuerdo el año ni el momento en que su música comenzó a formar parte del repertorio de mis sensibilidades. Cuando supe de su fallecimiento, un 17 de diciembre de 2011, pensé en la honda huella que dejan ciertos artistas en la vida. Cuando Cesária Évora murió recordé la tristeza que me generó el suicidio de Kurt Cobain (mi ídolo de adolescencia) y Celia Cruz (recordatorio perenne de mi ser caribeño). Cuando Cesária Évora murió, también murió una dulce compañía. Su ausencia, como todas las ausencias, me pone a elucubrar acerca de la vez que nunca la conocí, a inventar diálogos que nunca acontecieron, entonar las canciones que jamás le oí recitar en un concierto y transitar por las calles de su amada San Vicente en aquel viaje que no hice a Cabo Verde (Petit Pays). La ausencia me lleva a delirar por islas africanas donde el tiempo transcurre en una monotonía incesante, de tranquilas aguas atlánticas desde donde alguna vez mis abuelos decidieron tomar el rumbo incierto de emigrar y venir a “hacer las Américas”. Un país de maravillas, solía decir mi abuelo cuando se refería a Venezuela. De mis abuelos me viene lo de recordar las ínsulas del océano Atlántico, geografías que desconozco pero las siento vívidas (como esa dorsal oceánica llamada Islandia). ¿Qué hay en una isla que es capaz de conformar tanta añoranza? Conozco a muchos isleños que ansían un continente pero cuando están en él piensan con melancolía en su terruño.
      Esa nostalgia, esa melancolía, es lo que percibo en la voz de Cesária cuando la oigo cantar, una y otra vez, en ese portugués postcolonial que tanto ha ayudado ha enriquecerlo, quitándole los sonidos guturales ibéricos tan ásperos para una lengua que en ella se exhibe sensual, cadenciosa e íntima. Una lengua que enuncia la condición isleña con características propias, una lengua caboverdiana (Isolada: aislada). Pero también es una Ausencia, una oportunidad para hacer uso de una frase en español que concentra lo que siento: echar en falta. Cuando uno extraña en realidad lo hace desde la fantasía que genera la nostalgia, una nostalgia fijada por rasgos de la personalidad que están definidos desde los primeros años de infancia y que, en la etapa adulta, simplemente les proporcionamos contenido. En mi caso, una continua inclinación a viajar en el tiempo y rememorar las viejas canciones de pasodobles que gustaba oír mi abuela; sucede que su nieto también posee una nostalgia isleña: ¿será que los sentimientos también se heredan?
       Desde esta condición continental invoco a los ancestros isleños que me constituyen y claman por ser reconocidos (Beijo Roubado). Un último recurso para esta semblanza: no es la interrupción abrupta lo que importa (la pérdida) sino la continuidad en medio del naufragio, el pulso vital que me impela a estar y ser (como uno de esos barcos en los que nunca estuvo Enrique el Navegante). 
 
1Fragmento de la canción Ausencia, escrita por Goran Bregovic e interpretada por Cesária Évora como parte de la banda sonora del film Underground (1995), dirigido por Emir Kusturica. Traducción en inglés: “In my strongest dreams/ I have your protection/ I have your careing/ And your smile”.

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