Cuando
tenía 14 años tuve la idea de vender mi guante de béisbol y con el
dinero adquirido me fui a comprar unas cintas magnetofónicas al
Centro Comercial Paseo Mirandino, ubicado en Los Teques. Me gustaba
pasear por la ciudad y ver vitrinas, pero lo que más disfrutaba era
cuando entraba a un establecimiento de pequeñas tiendas de economía
informal e iba al puesto de ventas de casetes, todos copiados y con
un repertorio musical que hasta ese entonces me parecía universal:
Queen, Megadeth, Nirvana, Metallica, Rolling Stones, Abba, The
Beeges, Iron Maiden, Sting, The Police, Phil Collins, Van Halen,
AC/DC, The Beatles, Guns & Roses, Pearl Jam, Zapato 3, Desorden
Público, Sentimiento Muerto, Génesis, Elton John, Scorpions,
etcétera. Aún no tenía un género por el cual pudiera
decir que sentía una identificación, salvo por los grupos Nirvana,
Pearl Jam y, de forma incipiente, Green Day, todos de la movida
Grunge tan significativa para
quienes éramos adolescentes en los noventa. Desde ese
entonces he pensado firmemente en el potencial de promoción cultural
que encierra la piratería, sin la copia ilegal nunca hubiera tenido
acceso a todo el repertorio musical y cinematográfico que he oído y
visto.
La
música me atrapó, me sedujo con su poder melódico y fuerza
inspiradora. Aunque no soy músico y jamás pude aprender a tocar un
instrumento considero que mi apreciación musical no es nada
deleznable; hasta hice el curso de Apreciación Musical del maestro
Calcaño, una edición en disco de acetato que fue distribuida en
ocasión especial por el Cuatricentenario de la ciudad de Caracas.
Desde que era un niño he sentido una inclinación hacia lo sublime
que se encuentra a ráfagas en una nota. Sé que la música es el
arte más efímero, pero no por ello el menos importante. De hecho la
música es el gran arte. Lo anterior es una de esas afirmaciones que
acostumbro a declamar en público y me hacen ver como un sujeto autoritario, casi despótico: "¡Pienso que en la música
no hay medias tintas.Y punto!".
Cuando
empecé a ver películas, mi otra pasión artística, lo hice atraído
por la música. Aún recuerdo las bandas sonoras de los
Cazafantasmas, Volver al Futuro, Los Gremlins,
Una historia sin fin, La Guerra de las Galaxias,
Indiana Jones, por
decir sólo algunos títulos. Todas las escenas que recuerdo de esos
filmes de mi niñez están acompañadas de una canción o melodía que
mi memoria logra referenciarlas en el acto. A los 12 o 13 tuve mi
primer contacto con la música académica, esa que mal llaman
“clásica”. Vivaldi fue el compositor con el cual inicié la
aventura de las grandes composiciones, quizás de ahí mi inclinación
por El Barroco.
En
fin, con el dinero de la venta del guante pude adquirir una pequeña
compra de casetes de música clásica, entre los compositores estaban
Schubert, Mozart, Verdi, Haydn, Schumann, Haendel y Chopin.
Barroco, Clasicismo y Romanticismo estuvieron acompañándome durante
mis turbulentos años de adolescencia, durante mis desamores y
desencuentros con la realidad de ser un sujeto aislado y distinto al
resto de mis compañeros de curso, a mis vecinos e incluso mi propia
familia. El arte me enseñó a nunca estar solo. La aproximación a
la lectura ocurrió poco tiempo después, en un gesto de bautismo
trinitario (música, cine y literatura) que ha signado mi vida desde
entonces.
La
música ha sido mi mentora en ese largo trayecto de educar a un
hombre y formarlo en la sensibilidad, la sensatez y el sentimiento.
No ha sido fácil el camino que he recorrido a través de ella, no
todo el tiempo he tenido buen gusto y en ocasiones hasta me sorprendo
cuando tarareo alguna nota que no va acorde con mi propia historia
musical (no mencionaré géneros o artistas, así no me pillan
desprevenido). A estas alturas me pregunto si fue un buen negocio haber vendido ese
guante de béisbol.
Tenía tiempo que no entraba aquí... Interesante tu incursión en el mundo de la piratería. Yo recuerdo cuando mi vecino me prestaba los cassettes y en el equipo de la casa los copiaba sin pensar tanto en la calidad... Me hiciste recordar aquellos momentos.
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