martes, 24 de junio de 2014

La postergación

“Nos llegó el final, todo se termina tarde o temprano”, se oye en la voz hermosa de Yasmin Levy y desde tiempos oscuros, de persecución, exilio y muerte, llega su acento sefardí contenido en unas notas de neo-flamenco. Así ocurre cuando te sorprende una madrugada del alma, o de insomnio. Entonces me viene a la mente una idea que desde hace mucho estoy rumiando: la inscripción de la historia sobre los cuerpos.

El tiempo se inscribe en los cuerpos y sobre estos va determinando una talla implacable que manifiesta deuda, deuda por el dolor, deuda por el sacrificio, deuda por la esperanza mantenida en promesas incumplidas. Ese estado de insolvencia mantiene a la feligresía de los nuevos evangelios en emergencia, en apostasía, en lealtad ambigua. Esas nuevas promesas no son tan fáciles de sostener porque la expectativa no está en la eternidad sino en la necesidad de quien padece el hambre y concreción de una solvencia traducida en vida.

El evangelio de la Modernidad es una promesa insatisfecha, un cheque en blanco al sacerdocio del mercado, la demagogia y los excesos del poder. El tiempo corre y la empresita de la identidad, la construcción de naciones, la reivindicación de la justicia y la inclusión de los pobres sigue aumentando en la columna del debe de la historia de la infamia.

Quizás la nocturnidad opaque la lucidez de mis letras pero no soporto la dilación de las deudas. Tiempo presente, págame. Paga también al sefardita, al indio, al negro, a la mujer, al homosexual, al caído de este vía crucis infinito, antes de que la insolvencia de tu mezquindad nos haga polvo de olvido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario