jueves, 24 de marzo de 2016

La mirada vertical, un detalle montevideano

Desde que salí de Caracas no había vuelto a escribir en este blog. El espacio que en un principio había sido creado para meditar sobre el exilio, los reales y los del espíritu, ya no provocaba en mí la menor tentación de crear una nueva entrada.

Hace poco oía a Alfredo Zitarrosa y me embarcaba en el recuerdo de Montevideo, cuando recorrí sus calles y principales avenidas, sobre todo el espacio diminuto pero confortable de la ciudad vieja. En Uruguay todo se me hacía pequeño, conforme a la naturaleza de mis anhelos mundanos, nunca he sido de grandes metrópolis. Ahí pude experimentar lo que se siente habitar una ciudad que da hacia el Atlántico, de hecho todavía mantengo fresca la imagen de ese océano cuando vi el atardecer único e insustituible de Punta del Este. Ahí también fue la primera vez que avisté a Buenos Aires desde el estuario del Río de la Plata, me parecía increíble que una ciudad tan grande le diera la espalda a un río tan majestuoso.

Durante los días que estuve en Montevideo me hospedé en la casa de un gran amigo, antiguo exiliado que aprendió a querer a Venezuela cuando mi país recibía con los brazos abiertos a todos los que solicitaban refugio y huían de las dictaduras del cono sur, en pleno epicentro de la ciudad vieja. En mis caminatas iba observando con detalle los edificios de la primera mitad del siglo XX que abundan por doquier en esta ciudad perdida en el tiempo, un paisaje vintage que recuerda mucho la gloria de lo que una vez fue pero que hoy sólo queda un recuerdo muy fugaz. Montevideo me pareció una ciudad vieja, un sitio para pasar a retiro porque hasta los jóvenes transitan por sus veredas como si estuvieran paseando sus propios recuerdos, mientras ceban yerbamate y fuman un pucho en el malecón, cerca del parque Rodó.

En esas caminatas gustaba de observar el suelo compuesto de adoquines que de vez en cuando por el uso se rompen y no los reponen. En esos agujeros que quedan sueltos una vez que los adoquines se desprenden de los bulevares se logra apreciar una que otra intervención artística, especialmente elaboradas con retazos de azulejos, cerámicas de porcelana, restos de vasijas cocidas de barro y piedras seleccionadas que en una sola baldosa ambientan un collage elaborado por uno de los habitantes del sector. Lo anónimo del gesto de este artista clandestino hace que festeje la capacidad que tienen los seres urbanos de apropiarse de su entorno, intervenirlo a disposición y además trabajar a hurtadillas para que no quede vacío alguno que sugiera abandono o deterioro.

Justamente, el miedo al vacío es lo que mueve a este artista sigiloso que en su neurosis montevideana no es capaz de soportar la ausencia de un adoquín que rompa con la sensación coral que proporciona transitar por los bulevares de la ciudad vieja. Pero sus intervenciones no apuestan a la repetición ni al mimetismo absoluto y rígido que acompaña el ornato público; no. Las baldosas elaboradas por este anónimo responden a una visión desordenada y atrabiliaria del cosmos, aunque se aprecia un tono único e irrepetible en dichas producciones, se sabe que todas forman parte de una misma visión creativa, de unas mismas manos que las forjan con paciencia.





        En efecto, este artista no le apuesta a la uniformidad, sabe enaltecer la diversidad y además ennoblecer el aporte que produce el detalle, aunque muchas veces este pase desapercibido. Aquellas baldosas representan el deseo de permanecer en una obra mayor y colectiva que es el espacio urbano, al mismo tiempo recuerda que este no necesariamente forma parte de un diseño elaborado desde una oficina de planificación municipal sino que también se alimenta de los aportes de seres que retornan del exilio y, de forma silenciosa, afirman su gentilicio sin gritar a los cuatro vientos que ya están de vuelta. El homenaje que da ese artista anónimo a la ciudad de Montevideo me ha perseguido durante todo este tiempo, hasta el punto de ser el detalle que más valoro de ese viaje a tierras uruguayas. Gracias a este artista puedo mirar cada vez con más frecuencia el suelo que estoy pisando.  




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